domingo, 22 de febrero de 2015

Domingo por la mañana



 Abro los ojos y despierto con una energía diferente, esa energía que incita a cambio y ganas de renovarme.

Me siento frente a mi placard, abro sus puertas y observo minuciosamente todos mis disfraces que cuelgan amontonados en el fondo. Parecen mirarme recordando aquellas vidas vividas y enterradas.

Es cuando tomo conciencia de que ya gaste siete de mis ocho vidas. Sólo me queda una –

Ya me disfracé de novia. Ya me disfracé de costurera. De puta. De enfermera. Ya me disfracé de anfitriona. De cocinera.  Ya me disfracé de buena. De mala. De ingenua. De boluda. De sabia.

Ya me disfracé de dominante. De sumisa. De sorda. De ciega. De perceptiva. De mística. De atea.
Ya me disfracé de esposa, De amante. De víctima. De mentirosa. De crédula. De ingenua. De alquimista.

Ya me disfracé de viva, De muerta…




Observo los retazos de mis vidas anteriores  sonrío y siento que esta vida es fértil. Concluyo que es en esta en la que solo quiero abrirme a los que son capaces de resistir la tentación de desesperase. Porque como en toda siembra, cada árbol necesita tiempo y mucho cuidado para crecer fuerte.

No necesito un jardinero, no necesito a nadie que riegue mis raíces. Lo que deseo es que te sientes junto a mí, bajo el sol de la tarde, a escuchar crecer mi follaje en silencio-